Oficina de empleo
Valletta, capital de Malta. Ocho de la mañana. 32ºC.
La oficina de empleo apenas acababa de abrir, pero en el pasillo de espera ya había un grupo de ocho personas sudorosas haciendo cola en silencio para ser atendidos. En la puerta de entrada, una cucaracha de imponentes dimensiones nos recibía tumbada panza arriba.
No había aire acondicionado. Los ventiladores de pie giraban con el brío propio del mes de julio, oscilando de un lado a otro, y proporcionando un espejismo de frescor que apenas duraba el escaso segundo que apuntaban hacia ti.
A los pies de uno de los ventiladores, otra cucaracha yacía con las patas apuntando al techo, y cada vez que el ventilador giraba en su dirección, el aire la movía unos pocos centímetros hacia el centro del pasillo. Todos los presentes miraban su recorrido con atención mientras esperaban su turno.
Calor. Sudor. Tan solo se podía oír el zumbido de los ventiladores y el ocasional resoplido de los impacientes. Tras cuarenta y cinco minutos de espera, llega mi turno. “Next, please!”, se escucha desde la puerta de caoba y cristal amarillo translúcido. Tomo mi carpeta y me levanto del banco. “¡Crac!”, siento un crujido bajo mis sandalias de suela fina. ¿Un cacahuete? ¿Un trozo de pan duro que el personal de limpieza había descuidado? No. Acababa de aplastar la tercera cucaracha, cuyo cadáver se hallaba bajo mi banco. Me apresuro velozmente hacia la puerta, mientras un escalofrío interminable recorre mi cuerpo.
“Good morning, madam. How can I help you?” Me quedo en blanco. En mi mente solo se oía el eco del crujido de la cucaracha bajo mi pie derecho.
Escribí este relato en 2017 mientras tomaba una taza de té en una de las cafeterías más icónicas de la ciudad, nada más salir de mi cita en la oficina de empleo.
Anoté la historia en un cuaderno que llevaba conmigo, y a los pocos días, olvidé que lo había escrito. Hace unas semanas, buscando unas notas en el mismo cuaderno, me topé con el relato olvidado, y decidí que era un buen momento para sacarlo a la luz.