El amor en tiempos de mala ortografía

Cuando Mari dijo que quería divorciarse, Juan respondió con un simple «vale». Arreglaron los papeles en un periquete, poniendo punto y final a dos décadas de matrimonio insípido.

Habían pasado ya tres años desde aquel «vale», y la soledad estaba haciendo mella en Juan. Si bien es cierto que Mari nunca fue una buena compañera, echaba de menos tener una mujer en su vida.

Pero había llovido tanto desde la última vez que salió a ligar, que ya no recordaba cómo se hacía, ni si sería capaz.  «¡Quién me iba a decir a mí, que a mis 48 años, me iba a poner a buscar pareja!», soltó una carcajada, y un instante después, sus inseguridades le paralizaron el cuerpo.

Siguiendo el consejo de su asistente de investigación del equipo de tesis, decidió instalarse Tinder en el móvil. Por probar.

Antes de acostarse, se dio un paseo por la aplicación para ver qué peces encontraba en el mar digital. 25 minutos después, apagó su móvil y se fue a la cama con un sentimiento de fracaso atroz.

«¿Pero, a dónde vamos?», se preguntaba. «¿Cómo es posible que haya gente que no sepa escribir bien ni su propio nombre? Mónica, que es claramente esdrújula, lleva tilde en la “o”. ¡Maldita sea! ¡María lleva tilde en la “i”! ¡Y todos los apellidos terminados en ‘-ez’ también se tildan! ¡Por el amor de Dios! ¡Que todos los nombres propios y apellidos se escriben con la primera letra en mayúscula!».

A la mañana siguiente, mientras tomaba el café, Juan volvió a entrar en Tinder, borró su perfil y desinstaló la aplicación. «Esto no es para mí. Definitivamente».

Antes de acudir a su clase de Literatura Moderna, se pasó por el despacho de Lourdes, secretaria de la Facultad de Letras. A Lourdes le encantaba charlar con Juan. Había química entre ambos y a menudo quedaban comer juntos y hablar sobre su pasión por las letras. Pero nada más. A decir verdad, a ninguno de los dos se les pasó por la cabeza llevar esa amistad más allá de los muros de la Universidad.

—Buenos días, Lourdes. ¿Qué tal va la mañana?

—Como siempre, liada. ¿Qué te trae por aquí?

Juan dejó la programación del ciclo de teatro de la ciudad sobre su mesa. Respiró hondo.

 —Si encuentras los cuatro errores gramaticales y las ocho faltas de ortografía que hay en el programa, te invito a ver Otelo en el Teatro Principal este viernes. ¿Qué te parece?

Lourdes sonrió.

—¡Acepto el reto!

Juan le guiñó un ojo y cerró la puerta tras de sí. Aún le temblaban las piernas.

Recorrió el pasillo sin poder contener la sonrisa. Cuando llegó a su despacho, encendió su ordenador y encontró un correo electrónico de Lourdes con seis archivos adjuntos. Eran las fotografías del programa con las correcciones en tinta roja. Bajo la última corrección, se podía leer: «Nos vemos a las siete menos cuarto a en la esquina del teatro».

FIN