Insignificante

Y, de repente, algo cae sobre ti y toda tu vitalidad se esfuma en un abrir y cerrar de ojos. Estás triste, profundamente triste. No puedes sonreír, lo intentas, pero nada te provoca una sonrisa, es como si no supieras hacerlo, es como si llevases toda una vida sin sonreír y ya no recuerdas cómo se hacía. Te cuesta, y desistes. Porque, al fin y al cabo, ni siquiera tienes motivos para sonreír.

Estas triste pero tampoco tienes ganas de llorar, esa tristeza te ha vaciado, nada se mueve dentro de ti. No hay nada peor que estar triste y no poder romper a llorar; porque, seguramente, también se te ha olvidado cómo se hacía.

No puedes sonreír. No puedes llorar. Tampoco puedes hablar, no te salen las palabras. Lo intentas, pero es imposible, tus cuerdas vocales han desaparecido. Tus labios están inmóviles, tus ojos no producen lágrimas.

Y cada vez te vas volviendo más pequeña, minúscula. Y vas a un rincón de la sala y te escondes en un cajón. Porque eres pequeña e insignificante, y ese cajón es el único lugar en el que mereces estar. Porque te han robado el alma, solo sientes tristeza y cansancio, mucho cansancio.

No puedes hablar, no puedes reír, no puedes llorar. Eres un objeto más dentro de ese oscuro cajón. Incluso ese boli Bic sin tapón, medio gastado y mordisqueado es más humano que tú. Y te vuelves aún más pequeña. Y ya ni siquiera te puedes mover, ya no recuerdas cómo se hacía, ni siquiera te esfuerzas en recordarlo, no quieres moverte, quieres permanecer quieta por siempre jamás.

Y cierras los ojos para olvidar, dormirte y despertar en otro día distinto, incluso en otro planeta. Pero no puedes, tus ojos permanecen abiertos, testigos de tu propia insignificancia, contra la que no puedes luchar.

No puedes reír, no puedes llorar, no puedes hablar, no puedes moverte, no puedes cerrar los ojos, eres pequeña. Y ese maldito boli Bic sin tapón y mordisqueado que está junto a ti es más humano que tú.

 Porque, a veces, escribir es la mejor de las terapias.