Crónica de peste, sudor y gloria

Llego a casa a las 20:50, toda roja y chorreando de sudor. Doy miedo. Salgo al balcón, me quito las zapatillas y empiezo a estirar. Mi madre me mira perpleja, no entiende nada. Me pregunta: «¿Por qué haces eso? ¿Por qué corres?». ¿Que por qué?

Corro porque me gusta el dolor, sufrir, sentir que estoy al borde del colapso, pero que puedo seguir adelante. O no. Porque lo que no te mata te hace más fuerte. Y más, y más, y más. Y te sientes poderoso. Porque para sentirte pleno, no es suficiente cultivar tu cerebro, también tu cuerpo. Mens sana in corpore sano, decían los romanos. De nada sirve alimentar tu cerebro si tu cuerpo es débil. Y viceversa.

Corro porque quiero y porque puedo. Mientras lo hago, mi organismo se centra por completo en que mis pulmones se llenen de la mayor cantidad de oxígeno posible y que luego el corazón bombee la sangre cargada del preciado CO2 hasta la punta de mis dedos, para que así mis músculos puedan seguir desplazándome. Como consecuencia, las funciones mentales quedan reducidas a la mínima expresión: ver, oír, respirar y moverte. Es imposible pensar, razonar. No hay pena, no hay alegría, solo dolor, dolor físico, sensación de asfixia, sudor, instinto de supervivencia. Eres libre, omnipotente. Es como una droga, sólo que legal y fortalecedora. El problema es que si no te controlas, en ambos casos puedes acabar en el hospital.

Corro porque, aunque a veces me dé una pereza sobrehumana ponerme las zapatillas porque afuera sólo me espera niebla, lluvia, oscuridad y frio, la sensación de bienestar psicológico al cruzar la meta (el portal de mi casa) es brutal. Arriba las endorfinas, abajo las penas. Eres, fuerte, eres libre, puedes hacerlo. Alegría, dolor, gozo, victoria.

Da igual que cuando termines la carrera te conviertas en un ser digno del más cruel de los repudios. Húmedo, pestilente, acalorado y jadeante. Pero casi nada ni nadie puede aguar tu triunfo.

Una combinación de sudor, peste y gloria se apodera de ti, una grandiosa sensación, porque sabes que a continuación te espera una ducha que purificará tu cuerpo, y solo quedará la gloria; y el cansancio y el bienestar que te conducirán al más dulce de los sueños.

– Dedicado a todos los que, como yo, se matan a correr sin rumbo y sin que nadie les persiga, y se sienten incomprendidos. –