La casa que no tenía libros
Me abrió la puerta y me acompañó hasta el salón. Parecía un piso nuevo, aunque el edificio ya había conocido más décadas de las que cualquiera pudiera imaginar. En busca de un lugar donde dejar mi abrigo, mis ojos realizaron un fugaz paseo por el salón. Dos segundos bastaron para darme cuenta de que ese salón era especial. Pero, ¿por qué? ¿Qué era lo que me llamó la atención? Necesité otro vistazo de dos segundos para darme cuenta: En todo el salón no había un solo libro a la vista.
Sobre las escasas baldas del mueble de la televisión tan solo había dos figurines alargados, una fotografía de la pareja en un marco plateado, un jarrón sin flores y una Play Station 2. Además del sofá, la mesa de centro y una lámpara de pie, no había nada más en aquella espaciosa habitación. Incluso las paredes estaban desnudas, únicamente colgaba un gran reloj en la pared opuesta a la ventana.
“¿Es que no leen nada en esta casa?”, pensé. “Tal vez tengan un libro electrónico por algún lugar”. Pero esos dispositivos eran bastante nuevos, de modo que por fuerza también debía de haber algo perteneciente a la “era de papel” por algún lugar.
–Madre mía, ¡qué cabeza tengo! He olvidado la maleta en el coche. Discúlpame, volveré enseguida –dijo.
He ahí mi gran oportunidad. La curiosidad me devoraba por dentro, así que puse en marcha una rápida expedición clandestina por la casa en busca de algún libro.
Tan pronto como se cerró la puerta de la entrada, abrí de una en una las puertas de cristal translúcido del mueble del salón. “Los tendrán guardados para que no cojan polvo”, pensé. Pero no encontré nada.
Rápidamente fui al dormitorio principal: un gran armario, una cama y dos mesillas con una lámpara cada una. Pero ni rastro de libros. La siguiente puerta llevaba a otro dormitorio: una habitación para niños pero sin niños y, en mitad de la estancia, una bicicleta, la aspiradora y dos grandes cajas de cartón. Ni un solo libro a la vista.
“¿Qué clase de gente puede vivir en una casa sin libros?”, pensé sorprendida. “¿Tal vez los perdieron durante la mudanza?”. Muy difícilmente.
Finalmente, a punto de darme por vencida y con la esperanza pendiendo de un hilo, fui a la cocina. Y, de pronto, sobre un mueble auxiliar con cajones verdes y junto a un pesado bote de cristal que contenía galletas María, lo vi, el único libro de toda la casa: un libro de recetas de Karlos Arguiñano. “¡Y ni siquiera saben cocinar!”, exclamé resignada. “Apuesto a que es un regalo”.
En ese instante oí cómo la llave se deslizaba dentro de la cerradura y corrí al salón a volver a ocupar mi puesto de esperadora.
–Ya estoy aquí de nuevo. Lo siento.
Pero la gran pregunta ardía en mis entrañas y no pude evitar dejarla escapar:
–Oye, disculpa la indiscreción, pero, ¿es que no tenéis libros en esta casa?
La extraña casa que no tenía libros
26 mayo, 2014 @ 11:31
[…] La extraña casa que no tenía libros por bettercallsaul a noemirivera.com enviado: ____ Me abrió la puerta y me acompañó hasta el salón. Parecía un piso nuevo, aunque el edificio ya había conocido más décadas de las que cualquiera pudiera imaginar. En busca de un lugar donde dejar mi abrigo, mis ojos realizaron un fugaz paseo por el salón. Dos segundos bastaron para darme cuenta de que ese salón era especial. Pero, ¿por qué? ¿Qué era lo que me llamó la atención? Necesité otro vistazo de dos segundos para darme cuenta: En todo el salón no había un solo libro a la vista. etiquetas: casa, libros, salón, zumo, naranjas usuarios: 1 anónimos: 0 negativos: 0 compartir: sin comentarios ocio karma: 15 (adsbygoogle = window.adsbygoogle || []).push({}); […]
Ana
26 mayo, 2014 @ 12:00
No sé de qué sorprendernos, en algunos programas de televisión, como en Supernanny, nunca he visto ningún libro. Las correlaciones son bastantes peligrosas, pero ahí está el dato.