¿Quién ha secuestrado mi hoguera de San Juan?
La víspera de San Juan salí a ver la hoguera de Lazkao. Con gran pesar tuve que admitir que la fogatilla que ardía frente a mí dejaba mucho que desear en comparación a las que disfrutamos los nacidos en los 80. Me dolió mucho darme cuenta de que nuestra generación fue la última en conocer una auténtica hoguera de San Juan.
Antes
Hace más de 10 años, la hoguera solía hacerse en el campo de fútbol que había junto a la plaza; lo llamábamos el «campo blanco», por la arenilla blanca-grisácea que lo cubría. Durante la semana previa a la hoguera, los niños y jóvenes del pueblo solíamos recolectar y apilar en el campo blanco trastos, cartones, tablones, apuntes y todo aquello que queríamos perder de vista y sabíamos que le fuego engulliría con ansia. Solíamos hacer un montón enorme. La noche de la víspera de San Juan, antes de que los últimos rayos de sol huyeran tras los montes, el municipal de Lazkao solía rociar el montón de cartones y maderas generosamente y le prendía fuego. Paralelamente y desde la más chapucera clandestinidad, los chavales más valientes solían preparar orgullosos sus pequeñas y no tan pequeñas fogatas en las esquinas del campo blanco. Solíamos estar durante largo rato jugando alrededor del fuego, alimentando el fuego con papeles y cartones que encontrábamos por aquí y allá, saltando por encima de las llamas de las pequeñas hogueras, cada cual haciendo alarde de su valentía. Solía ser una noche bonita. Éramos salvajes. Éramos libres. Y nunca nadie se hacía daño.
Ahora
Pero ahora, donde antes estaba el campo blanco, hay un aparcamiento que está a rebosar de coches. El montón de maderas y cartones lo hacen la misma víspera de San Juan por la tarde y parece un montón prefabricado made in China. Muy cutre. Está más controlado, por si acaso, y la gente tiene pocas posibilidades de hacer sus aportaciones porque el perímetro del montón ya está predefinido mediante vallas, por si acaso. Y, por supuesto, los niños ya no pueden hacer fogatillas sin que el municipal les eche una buena bronca, y la costumbre de saltar por encima de las llamas solo resucitará en las historias que les contaremos a nuestros hijos.
Las medidas de seguridad han vallado la libertad de los niños y jóvenes. Las normas han encerrado sus posibilidades de crecer libres y salvajes. Por si acaso. La sobreprotección es el nuevo cáncer de la sociedad.
Foto: Daniel Aguilar López ©
28 junio, 2011 @ 12:22
Pues no te falta razón, ¿Dónde están las hogueras de antaño? Si nosotros nos montábamos unas en el barrio que ni permitidas ni nada, pero acababa apuntándose todo el mundo y se formaba una gigantesca. Y nosotros tan orgullosos de haberla iniciado.
Es algo así como los parques de los niños; en el parque de Amara, antes te caías contra el duro suelo, gravilla, arena o lo que fuese. Ahora todo es acolchado… ¿ya aprenderán así a no caerse? ¿No necesitas a veces de niño, escarmentar de ciertos errores para que no te vuelvan a pasar? Los parques de juegos están sobreprotegidos, ¡solo les falta poner colchones!
28 junio, 2011 @ 22:59
Hombre, un poco de acolchado nunca viene mal, más que nada para ahorrarte esas cicatrices que de mayor lucen tan poco. Pero tienes razón, los niños de hoy ya no se curten, ahora son blanditos, tiernitos. Si no se endurecen de niños, ¿qué sociedad nos esperará mañana? ¡Más ostias y menos acolchado!